25.5.10

Soluciones

Buenas

Al telecentro viene una señora rumana que habla correctísimamente rumano, supongo, pero nada o casi nada de castellano.

Desde que estoy ha venido un par de veces para tramitar algún documento. La primera vez no llegamos a entendernos, por señas conseguí que me diera su documento de identificación y ver que estaba fuera de la base de datos del SEXPE. La solución fue bajar al ayuntamiento y llamar a Valencia de Alcántara. Mi relación con los funcionarios es muy buena, incluso alguno comentó"Pero bueno, Marisi, cómo es eso que no sepas rumano ¿dónde estabas el día que lo dieron en la escuela?"

Bromas a parte, no solucionamos gran cosa, había que poner la documentación de la señora al día. Le escribí en un papel qué era lo que tenía que hacer. Cuando estuvieran esos documentos, que se pasara otra vez por el telecentro.

La segunda vez no traía el NIE (número de identificación de extranjeros) y nos despedimos sin más, sin hacer nada.

Hoy traía el NIE, pero no tengo tan claro que era lo que quería que hiciera. Y fue entonces cuando se encendió la luz... google traslate...





Ahora nos entendemos la mar de bien. Hasta me puedo despedir con un până mâine

6.5.10

Taller Literario 2009

Por 3 euros



Llegamos temprano al centro de la ciudad. Cuando me acompaña siempre encuentro aparcamiento. En esta ocasión en la zona azul, pero eso ya es un logro. El sitio no era del todo de mi agrado ya que tenía que pegarme bastante al coche de delante y detrás quedaba la parada de autobús. Siempre procuro dejar espacio entre coche y coche, nunca sabes el manazas que te puede tocar en suerte. Saqué un tiquet para una hora. Lo puse en esa lengüetilla que hay en el interior de la luna delantera (hay que reconocer que este coche tiene unos detalles increíbles). –Voy a dar una vuelta por las tiendas que hay en la zona peatonal. ¿Me acompañas? –No. Mejor me quedo. –Vale, no creo que tarde mucho. –Sin problemas, utiliza el tiempo que necesites. –Te dejo las llaves puestas. –Llévate el móvil. –Procuraré no tardar demasiado. Me entretuve más de la cuenta. Eran ya casi las dos cuando le llamé. –Perdona el retraso, me he liado sin querer. En nada estoy contigo. –No te preocupes. Pero me muero de hambre. –Diez minutos y buscamos un lugar dónde comer. –Por aquí parece que todo va a ser muy caro. –Tranquilidad, que un día es un día.
Las bolsas me pesaban una barbaridad y hacía un calor incompresible para el lugar y la estación del año en la que estábamos. Lentamente abrí el maletero y comencé a colocar cubicando el espacio. Tenía la frente sudorosa por el esfuerzo. Y en ese instante le oigo decir: –Parece que nos multaron por la hora. –¿Pero, qué dices? –Acabo de ver un papelito en la luna delantera, enganchado en el limpia. –No me lo puedo creer. No me puedo creer que te hayas dejado multar. –¿Yo? ¿Yo me he dejado multar? –¿Es que no te diste cuenta de que te estaban multando? –No, no estuve todo el tiempo en el coche. Cuando me dio el sol, salí. El libro estaba interesante y no levanté cabeza en un rato largo, justo cuando me pidieron fuego. No me dio por mirar, la verdad. Además, no me multaron a mí, multaron el estacionamiento. Ni me dijiste de cuánto tiempo era el tiquet, ni cuánto ibas a tardar, ni me dejaste dinero suelto. ¿Cómo crees que iba a solucionarlo? –Pues lo vas a solucionar. Ya lo creo que lo vas a solucionar. ¡Hostias! ¡Que no vales ni para cuidar un coche! Me incorporé, erguí la espalda mientras cerraba el maletero. No sé si era el cabreo mayúsculo o el calor o la mezcla de ambas cosas lo que me hacía sudar de esa manera. En estos momentos entiendes la utilidad de las cejas. Notaba cómo las gotas de sudor se acumulaban en ellas, desbordándose y precipitándose por la parte superior de mis mejillas, bordeando la cara, debía tener el aspecto de esos dibujos de manga cuando lloran a raudales. También ayudaba que quisiera no haber dicho lo que acababa de decir. Las palabras hacían eco en mi cabeza y sonaban fuertes y fuera de lugar. Pero no rectifiqué, es más; ahondé en el daño. Era previsible su silencio. Sus ojos hablaban de incomprensión y en su garganta podía ver el nudo que se le estaba formando. No soporto estos momentos y los lleno de preguntas que no esperan respuesta alguna. –¿Tienes algo que decir? No me vengas luego con que…, cuando no me acuerde de lo sucedido. –Dame los tres euros de la multa. Me sorprendió que me contestara. No suele hablar en los momentos tensos, y éste lo era. Nunca entenderé ese miedo a discutir en su momento. Iba a decirle que… pero le solté, casi le escupí a la cara: –No tengo ni un euro suelto, arréglatelas como puedas con este billete de 5. No, mejor voy yo, que lo mismo te pierdes o no sabes ni donde cambiarlo. Entérate mientras, de cómo solucionar esto y soluciónalo ya mismo. Sólo faltaba que nos llegara papeleo a casa. El tono seguía siendo brusco. Las palabras tenían la intención de hacer daño. No sé porqué me enciendo de esta manera, pero el caso es que me enciendo y no soy capaz de bajar el tono. Parece que me retroalimento con mi voz. Se alejó hasta el expendedor de tiquets para leer las instrucciones. Como por inercia, metí las manos en los bolsillos. Si mal no recuerdo, debía tener algo de dinero suelto y lo mismo era suficiente. Mientras lo buscaba iba caminando. En efecto, tenía más de tres euros en calderilla. Casi me encontraba a su altura cuando le ofrecí las monedas sin mediar palabra. Las cogió, las introdujo en la máquina y seleccionó F5. La máquina vomitó otro papelito. Lo recogí, me puse las gafas y lo leí. –¿Y tú crees que con esto está todo arreglado? –Supongo. –Entonces… andando, a ver dónde comemos. –Por mi no te molestes, no tengo apetito. –¿Pero no me habías dicho hace un rato que te morías de hambre? ¿En qué quedamos? –Se me pasó por completo. –Como quieras. Nos tomamos una cerveza y seguimos camino… Sin darme cuenta, estaba volviendo sobre mis pasos. Dibujábamos el mismo recorrido que yo había hecho anteriormente, mientras visitaba las calles comerciales. Me seguía unos pasos más atrás. Casi lo entiendo –seguía relatando en voz alta, es algo así como que me dan al botón de “on” y no puedo desconectarme. Seguía haciendo la misma pregunta, y por única respuesta, obtenía sólo un sofocante silencio detrás de mí. Un silencio que se podía cortar. ¿Por qué se calla? Éste es el momento de hablar. Continuaba haciendo la misma pregunta: “¿Cómo no te diste cuenta?” Y seguía obteniendo la misma respuesta. Ninguna. Llegamos a la puerta de una taberna, en el interior se podía leer un letrero que reza: “Aquí comienza el Camino de Santiago”. Serían unas buenas vacaciones para el año que viene, aunque habrá que esperar a septiembre, que en agosto todo es carísimo y en julio hace mucho calor para andar por esas tierras de Dios. –Nos pone un par de cervezas “sin”. Por favor. Y dos tapas de tortilla. –Yo no quiero nada. –¿No quieres nada? ¿No vas a comer nada? Estas fueron sus últimas palabras en todo el día.

Regresamos al coche. Se acomodó en el asiento del copiloto y echó para atrás el respaldo. Estaba claro que no íbamos a cruzar palabra. Intentó dormir, pero no le dejaba el sonido de sus tripas. Seguía en posición casi fetal, dándome la espalda por completo. A los pocos kilómetros, me di cuenta que se había dormido. Lo noté por el ritmo de su respiración. Mi enfado se había quedado en la taberna, cuando aplaqué el estómago con los dos pinchos de tortilla. Ya casi ni me acordaba del asunto del parquímetro. Miré de nuevo hacia el asiento de al lado. Tanto disgusto para nada. Tanto enfado para nada. Se solucionó con 3 euros de nada. Es una pena que se haya dormido, justo ahora que estoy sufriendo un ataque de amabilidad.

3.5.10

La buena crisi

De Alex Rovira. Sacaría frases para daros pistas de lo que hay en el video, pero es que todo es importante, mejor escucha... y luego me dices. Pica en el enlace. Me iluminó Petra. Osea, que el enlace me lo dio ella.